Friday, August 05, 2005

 

La pasión de la muerte (Johan Rosario)

1
Hay en las afueras de París, limítrofe a la Riviera de Neous, muchas casas cuya fachada confirman la máxima de que nunca la opulencia es total. Un ejemplo de ello es este complejo habitacional en el que acaba de entrar Miguel. Como todos los que componen el cordón --a despecho de que estamos en la Gran Francia-- no promete ser la Octava Maravilla, pero tampoco es que sea de lo peor. Cierto es que ha sido pintado a brocha, cosa inusitada entre las que más lo sean. No son estos los lugares en donde se supone que primen métodos tan primitivos. Pero es la verdad, y a esto adicionemos que las escaleras son tan enrevesadas que Miguel se ha detenido para escrutar bien como comienza a subir.
--Coño, cuando viene a ver me caigo por estas jodidas escalinatas --dice. Se queda mirando un punto fijo en el horizonte, buscando consuelo en alguna imagen que le recree la mente, pero qué va, desde aquí no se avista nada deslumbrante, ningún monumento suntuoso, señales de la Torre Eiffel ningunas. Un monte tupido de cactus, matizado entre colores pardos y cenicientos es cuanto apresan sus ojos.
--Coño -dice Miguel otra vez- estoy metido en la boca de una ratonera. A este hombre hay que entenderlo; la verdad es que no está acostumbrado a andar por sitios así. Empero, el móvil de su presencia aquí, del que pronto tendremos noticia, no le brinda resquicio alguno para andarse con refunfuñeos. El prontuario de Miguel --aclaremos con tiempo--- registra el nada desdeñable mérito de haber viajado a Italia con los documentos oficiales que robó a un hijo del embajador argentino en Suiza, de haber pagado dos noches en el celebérrimo "Hotel Miusollini" con mentiras y de haber tenido una audiencia privada con el mismísimo Joseph Ratzinger "Su Santidad", haciéndose pasar por Antonio de la Rúa, el popular novio de Shakira e hijo del expresidente Fernando.
2
La sombra trémula que rescatan los tenues rayos del sol debe ser de mujer. Esas caderas tan pronunciadas solo pueden pertenecer a una fémina, a no ser que se trate de algún trasvesti enfundado en su mariconera. Severos puntazos carcomen las tripas de Miguel. A todo le teme el pobre, es que las autoridades de toda Europa han iniciado una aguda cacería procurando atraparlo. Las imputaciones que pesan sobre él son serias. Hace apenas minutos se cagó en los pantalones, a quien no lo pasaría si siendo un prófugo de la ley se se topa, sin que pueda evitarlo, con un tipo vestido de Guardia que por todas sus insignias parece oficial. --Bon jour, messié --Dijo el que parecía Oficial.
--Hola --alcanzó a decir tembloroso Miguel. Las manos, que las llevaba metidas en los bolsillos, las sacó, como en espera de que el militar lo prendiera. Su perentoria interpretación fue que lo emplazaban a rendirse. --Estoy perdido --pensó.
--Usted es el malhechor Argentino que andamos persiguiendo --esperaba que le dijera.
Pero nada ocurrió así, todo fue una disonancia de lo que prometía el cuadro. El hombre resultó ser un bombero pariciense que hasta le brindó una cerveza.
--Wy, monmieme, me sat de La Recherch --dijo el hombre.
No entendió ni un ápice Miguel, pero un español bilingue que vió la cara perdida del argentino salvó la situación.
--Pregunta que si te tomas una cerveza, es una persona fiable, yo lo conozco, todos alaban su carrera de bombero --dijo el que por su z arrastrada no podía ser otra cosa que español.
La cara de Miguel, que se había vuelto un arcoiris, recobró su color normal. Para poner la barba en remojo, Miguel se marchó del lugar, las exposiciones públicas hay que evitarlas, lo peor que puede hacer alguien que es virtual reo de la justicia es andarse paseando tan a la vista.
3
Ahora está aquí, perdido, no de dirección, sino de mente. Bien le explicó Verónica que vivía en la calle May de la Tortue No. 40, por lo que no puede estar extraviado, el número que tiene la casa es el mismo que está escrito en este papel que sostiene con sus manos sudorosas.
Se decide por fin a subir, es lo que debió hacer desde un principio en lugar de estar esperando que los cactus se desprendieran de su monte y fueran a ayudarlo en esa tarea.
Ya lleva un escalón pisado, pero será que piensa que el lugar está embrujado o qué cosa. Ahí se ha quedado, agarrado a los maineles, acezando, devolviendo la vista al monte, parece cierto que pretende alguna ayuda del paisaje.
Si aquí hubiera algún observador le diría: --Qué va, Miguel, hasta hoy no ha sido posible que los cactus actúen, el monte menos aun. Anda hombre, y deja esa vaciladera.
4
El bulto que sigue dibujado en la pared parece detenido. Los movimientos que proyecta la sombra son como los de una momia que avanza envuelta en sus sórdidos harapos.
--Miguel, mi amor --se escucha nítida esta voz. Es Verónica, su amiga, que acaba de llegar con una paca enorme a rastro.
--Hola, Verónica, llevo rato aquí indeciso entre si subo o no. Has llegado en buen momento, mi amor. Ya creía yo que me iba a caer muerto; hay por aquí algún polo magnético que ha atrapado mis piernas.
5
Ya están en el apartamento. Cuán difícil fue encaramar la paca mencionada hasta el cuarto piso. Verdad inobjetable es que el papel periódico pesa poco, pero tratándose de 700 ejemplares de Le Monde, en cuya empresa trabaja Verónica como repartidora, no pensemos que fue un golazo sin portero esto de subir a pulso semejante carga.
--Me has dado una sorpresa bien agradable --dice Verónica.
--Tenemos que hablar --dice secamente Miguel.
--Te sucede algo, estás pálido --dice Verónica--. Tu voz me dejó preocupada cuando me llamaste ayer.
A boca de jarro dice Miguel:
--Me anda persiguiendo la Interpol.
--Qué, qué y tu qué has hecho? --pregunta Verónica inquieta.
--Qué no he hecho? --dispara Miguel.
Después de hacer un escrutinio minucioso por cada una de las tropelías cometidas, Miguel le pidió a Verónica algo de comer. En todo el día no ha pasado ninguna comida verdadera por la garganta.
Como compadecida de toda la tragedia que ha configurado su amigo en torno a él, Verónica dice:
--Te voy a preparar unos higos, mi amor. Y ya quita esa cara de culpable, nadie es infalible, quién no ha cometido yerros?. Quisiera encontrar alguno que tire la primera piedra.
No se esperan palabras como esa de alguien que se ha granjeado cierta prestancia en la sociedad pariciense. Esta Verónica es de lo más querida no tanto por su posición en uno de los periódicos más famosos del mundo, sino por su cada vez más pulida pluma. Recientemente dio a conocer un libro de poemas titulado "Hecho a Mano" que recibió muy buena acogida de la crítica. De alguien con ese perfil lo que se esperaba era una condena enérgica a todo lo dicho por su amigo, pero tal no ha ocurrido.
6
Viene Verónica con los higos prometidos y para sorpresa de Miguel le ha preparado un "Quesillo" de postre. No se trata del mejor menú del mundo, que no estamos en el Restaurant "Nápoles", pero no está tan mal el sazón de esta chica.
La noche está metida cuesta abajo. El crepúsculo comienza a ocultarse y el panorama se tiñe de un color gris e impreciso. A ras del alféizar de una ventana se ponen Miguel y Verónica a pasar revista a temas que solo ellos saben por qué invocan. Es como si quisieran huir de la realidad aplastante que persigue a Miguel.
Desde allí ven como bandadas de golondrinas cruzan en diferentes direcciones. Esta zona tórrida ve asomar el ocaso entre ondeantes nubes de púrpura y plata, y sus últimos rayos, tibios y pálidos, visten de un colorido melancólico su campos vírgenes, cuya lozana naturaleza acoge con regocijo la brisa tenue de la noche, que comienza por agitar las copas frondosas de los árboles agostados por el calor del día y acaban refulgiendo su ramaje. El cao de un negro nítido y brillante, el carpintero de férrea lengua y matizado plumaje, la alegre rolita, la tornasolada mariposa y otra infinidad de pájaros, posan erguidos en las ramas de los árboles, rizando sus variadas plumas como para recoger en ellas los últimos soplos consoladores del aura.
Viendo ese panorama sin dudas romántico, se acercan cada vez más, parece que necesitan estar uno sobre el otro para poder escucharse.
No se sabe cómo, pero lo cierto es que ya están agarrados de manos.
De súbito, dice Miguel:
--Yo siempre tuve interés en tí.
Dice Verónica:
--Y por qué no me lo pusiste en conocimiento. Yo también te quise en silencio, tú fuiste mi gran amor en el liceo.
Dicha estas palabras, ya no falta más. Han comenzado a besarse con ardid.
Terminan metidos en la cama. Se han creído que son marido y mujer y así lo han extrapolado a esto que viven con desmesurada pasión. Los gritos de estertor que ha lanzado Verónica han de tener preocupado a sus vecinos, en este lugar nunca se había escuchado bulla alguna. Lo que ha pasado esta noche, sin embargo, el influjo de la vivencia amorosa de estos dos, es cómo para despertar azorado a todo el vecindario.
7
Los gritos que vuelven a escucharse son los de Verónica. No se sabe si es por el tanto tiempo sin hombre que esta mujer lanza unos chirridos de cerdo. Que las mujeres sienten más cuando llevan tiempo sin sexo, es una verdad de perogrullo, pero tampoco es para tanto.
Ya está por amanecer, algunos vecinos que salen a trabajar se han percatado de que hay fiesta en casa de Verónica. Los quejidos no han parado toda la noche, este Miguel parece muy bien entrenado, la bala cae exactamente donde pone el ojo y el resultado obvio es que su víctima grita, no de dolor, sino de placer.
8
Son las 7:45. Si no sale rápido de la cama, Verónica va a llegar tarde al trabajo. La reputación que ha ido labrando escaño a escaño puede peligrar, en Le Monde la tienen como una de las empleadas más puntuales, pero está claro que en 15 minutos no llegará a tiempo.
Se pone la ropa sin bañarse y sale huyendo. Hubiese sido mejor que se diera una duchita, no merecen sus compañeros de labor que se les avalance con el terrible olor a orgasmo que tiene encima.
9
Miguel despierta. Mira bien alrededor, se sorprende de estar en este lugar, hundido en un abismo de soledad tan grande.
--Dónde estás Verónica? --Grita con violencia.
Olvida que su amiga --o amante? será legítimo endilgarle este término-- tiene un trabajo. Siendo las 9:30 en París solo duermen los vagos, esta es una ciudad muy activa, ya por estas horas todo mundo está en su trabajo.
Encima de un gavetero encuentra Miguel una nota con el siguiente apunte: "Mi amor, no quise despertarte. Entro al trabajo a las ocho y me cogió tarde. En la nevera hay algunas latas de comida". Más abajo, como si se tratara de las letras ocultas de un contrato: "Te espero en Nápoles, está en esta misma calle, a dos cuadras. 2:45 P.M.
10
La mujer es todo un piélago insondable de misterios y medias verdades, de palabras retobadas y encubiertas. Eso es lo que podemos colegir al constatar la confusión que se ha apoderado de la mente de Verónica.
Caida en cuenta de que no puede hacerse cómplice de un malhechor, Verónica ha decicido ir hasta la estación de Policía local para denunciar a su amigo, con el que ya fuimos testigos de la desbordada noche de amor que vivió.
El mismo que la mandó a la calle con este repugnante hedor a orgasmo con el que ha llegado a la dotación policial, es al que viene resueltamente a denunciar. --No puedo comulgar con atrocidades como las que me contó Miguel. No. --se dijo antes de formular los cargos.
Le explicó al oficial que la atendió que habría de encontrarse con un peligroso rufián a las 2:45 en el Nápoles.
11
Pasan cinco minutos de la hora que Verónica dejó escrita en el papel, pero ha llegado Miguel al Nápoles sin muchas dificultades. No es difícil movilizarse en París y menos aun cuando este restaurant está localizado en la misma calle del apartamento.
Se queda buscando por todas partes. No se ven rastros de Verónica por ningún lado.
Miguel se sienta en una mesa y pide un Ready to Go. Transcurridos diez minutos, rayando a las 3:00, llega Verónica al restaurant.
Se sienta sin articular palabras.
--Por qué traes esa cara de velorio? --cuestiona Miguel.
--Lo siento mucho, mi amigo. No puedo transigir con lo que estás haciendo. He ponderado bien lo que me contaste y a la luz de la verdad debo decirte que te he denunciado. Serás hecho preso.
--Perra, perra, eso es lo que sos vos. Maldito cuero, prostituta, te acuestas conmigo, vives una noche de pasión singando y así me pagas. Basura --vocifera enardecido Miguel.
Se quedan atónitos los comensales de este fino restaurant, no es común que se anden armando shows en sitios de tanto prestigio como este. Cierto es que poco entienden los clientes del lugar a Miguel, aquí no pululan gente que hable castellano.
Miguel se para presuroso de la silla, parece que huirá. Antes de hacerlo se para frente a Verónica y lo que se intuye es que le dirá algo:
--Toma, prostituta. Lanza una bocanada de saliva que baña todo el rostro de Verónica. Empuja a uno de los mozos que venía en ánimo de reconvenirlo, se dirige al mostrador, toma un cuchillo e intenta la fuga.
Justo al abrir la puerta, constata que un fuerte contingente policial está acordonando el área.
Miguel se echa a correr, empero un carro de policías le interfiere el paso. Fuera de sí, gobernado por un grave de estado confusión y desespero, le va encima al policía e intenta matarlo con el cuchillo para robarle el carro.
--Diminu vos lie (disparen) --se oye ordenar a un oficial con una voz que permite discernir que es el jefe.
El primer impacto mortal lo recibió en el cuello. Después de esto, ya con la cara desbaratada, le siguen disparando. El cuerpo de Miguel ha sido vuelto un colador, está convertido en un solo orificio.
Mal contados, el legista que levantó su acta de defunción estableció que tenía 701 municiones alojadas por todo el cuerpo.
12
La vida se le ha vuelto un ocho a Verónica. Su heroica acción le ganó titulares en Le Monde y un ascenso como Enc. de Distribución. Pero a la par de esto, también le ha ganado unas pesadillas que no la dejan dormir. Todas las noches va a visitarla Miguel. A veces se queda parado frente a la cama mostrando cara de vómito.
Otras veces le dice: Ven Verónica, acércate, perra, déjame hacerte el amor a ver si de esta penitencia que estoy purgando en el limbo, te decides, después de follarte otra vez, a lanzarme definitivamente a la hoguera del Diablo. Perra...
Sobre el autor:
Johan Rosario nació en República Dominicana. Su dossier escritural abarca dos obras cuyo impacto le ha agenciado aprecio entre la crítica literaria de su país. En efecto, las novelas ¨Restos de Corazón¨ y ¨El Hombre de Papel¨, fueron recibidas con gran entusiasmo en RD. Actualmente Rosario publica su columna semanal DESDE LAS LLAMAS en varios periódicos latinoamericanos, entre ellos El Excelsior de México, El Universal de Venezuela, El Nacional dominicano, y en Estados Unidos colabora con el segmento de opinión de El Diario la Prensa, periódico hispano de mayor circulación en New York. Se encuentra en el proceso de edición de su tercera novela ¨Muerte buscada¨. Radica en New Jersey, EU.

Comments:
un gran relato, de esos que merece la pena leer. espero que no sea la única contribucion que hagas
 
Gracias hombre..Tus palabras son un acicate.
 
¿Oye johan, de donde sos?..Muy buen relato
 
espero que pronto te animes y nos mandes algo mas
 
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